Extracto del libro Diez Años de México
MANUEL GÓMEZ MORIN.
Manuel Gómez Morin nació el 27 de febrero de 1897 en el antiguo mineral
de Batopilas, perdido en una de las profundas barrancas de la Sierra
Tarahumara, cerca de los límites del estado de Chihuahua con el de sonora; hijo
único de Manuel Gómez Castillo, de Bustablado, provincia de Santander, España,
y de Concepción Morin de Avellano, de Parral, Chihuahua.
El padre murió a los 24 años de edad, antes de que su hijo cumpliera el
año, y la joven viuda liquidó el incipiente negocio de su marido para
trasladarse con el niño a Parral, en 1901 o 1902; luego a la ciudad de
Chihuahua, por una corta temporada, y después, buscando un ambiente más
propicio para los estudios de su hijo, a León, Guanajuato. Ahí en el colegio
del Sagrado Corazón, del que era el director el Pbro. Bernardo Chávez, concluyó
Gómez Morin los estudios primarios iniciados en su pueblo natal, el colegio
Progreso de Parral y en el colegio Palmore de Chihuahua. Cursó los primeros
cuatro años de preparatoria en la Escuela de María Inmaculada, fundada por el
ilustre obispo de León, Don Emeterio Valverde y Téllez, y que dirigía el
canónigo Eugenio Oláez. Conforme al programa clásico de enseñanza comenzó
entonces a estudiar Filosofía en el Tratado Elemental, que habían publicado los
profesores de la Universidad de Lovaina, en 1905, bajo la dirección de Mercier.
A fines de 1913 madre e hijo se establecieron en la ciudad de México y
él se inscribió en el quinto año de la Escuela Nacional Preparatoria, entonces
militarizada. Su primer contacto con la vida estudiantil de la Capital fue la
ceremonia de inauguración de los cursos de 1914, año en que entró en vigor la
reforma del Plan de Estudios de Barreda. El maestro Antonio Caso y el
Licenciado Nemesio García Naranjo, ministro de Educación, fueron los oradores
en esa ceremonia.
La primera clase en la Preparatoria - Lógica - la recibió del mismo
maestro Caso, quien impartía también el curso de Historia de la Filosofía, y en
la Escuela de Altos Estudios el de Estética. Para fines de 1914 Caso era el
único residente en México del Ateneo de la Juventud, grupo que había formado
años antes con José Vasconcelos, Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, Ricardo
Gómez Robelo, Jesús T. Acevedo, Julio Torri y otros. La generación de Gómez
Morin se relacionó con alumnos directos de los ateneístas y con otros
destacados intelectuales y artistas, entre quienes se suele citar a los poetas
Enrique Gómez Martínez y Ramón López Velarde; a los pintores Saturnino Herrán y
José Clemente Orozco; al maestro Manuel M. Ponce, a Carlos Díaz Duffo hijo, así
como a un grupo de poetas más jóvenes: VIllaurrutia, Gorostiza, Torres Bodet,
Pellicer, Ortiz de Montellano.
AL comenzar los cursos Gómez Morin inició una larga amistad con Teófilo
Olea y Leyva (=1955) y, por su conducto, conoció a Alberto Vazquez del Mercado
y a Antonio Castro Leal, profesores de la preparatoria. Ellos lo pusieron en
contacto con Vicente Lombardo Toledano (=1968) y con Alfonso Caso (=1970), que
cursaban el primer año de Derecho. En septiembre de 1916, siendo todos ellos
estudiantes de la escuela de Jurisprudencia, junto con Jesús Moreno Baca
(pariente y paisano de Gómez Morin) fundaron la Sociedad de Conferencias y
Conciertos “con el fin de propagar la cultura entre los estudiantes de la
Universidad Nacional de México”.
Sus compañeros los apodaron “los Siete Sabios”, en burlona referencia a
los ilustres siete sabios de Grecia; pero el mote se convirtió en título de
prestigio y tuvo éxito, no obstante que los siete pronto quedaron reducidos a
seis por la prematura muerte de Moreno Baca, cuyo lugar nunca fue
“oficialmente” ocupado por otro, aunque se adhirieron a la Sociedad,
colaboraron con ella o llevaron estrecha amistad son sus integrantes, otros
estudiantes como Narciso Bassols, Luis Enrique Erro, Daniel Cosío Villegas,
Juvencio Ibarra, Miguel Palacios Macedo, Manuel Toussaint.
La Sociedad de Conferencias y Conciertos inició sus labores con una serie
de conferencias en el salón de actos del Museo Nacional de Arqueología e
Historia, y organizó - según Alfonso Caso _ la resurrección de la Orquesta
Sinfónica con el maestro Julián Carrillo como director. La sociedad cumplió sus
funciones de estímulo cultural y de orientación universitaria mediante pequeños
cursos, conferencias aisladas, mesas redondas, conciertos (que dirigieron
Carrillo, Ogazón, Castillo) y otras actividades; pero fue un fracaso económico
calificado de pavoroso, que nadie recuerda cómo se liquidó.
Los Siete Sabios estudiaban o leían Filosofía, Historia, Literatura,
Economía, temas sociales, en la Escuela de Altos Estudios y en la bibliotecas
de Don Agustín Aragón (tío de Olea y Leyva), de la preparatoria (a cargo de Don
Fernando de la Fuente), del Museo, de Jurisprudencia, en la Biblioteca Nacional
y en varias librerías, particularmente la Librería Porrúa; pero mantuvieron
como empresa central el estudio sistemático del Derecho y todos concluyeron la
carrera obteniendo el título profesional gracias - dijo Gómez Morin - al empeño
y la disciplina de Vázquez del Mercado.
Hablando de sus maestros, Gómez Morin señalaba “la orientación, con
inagotable paciencia frente a mi arrebato, del bondadoso maestro Ezequiel A.
Chávez, él mismo en trance de cambio espirituales”; y en cuanto a Caso, “me
dio, como a tantos, el firme asidero de la certeza del espíritu, de la
existencia de una tabla de valores superiores, de la libertad insobornable,
para salir del caos mental y moral de aquel tiempo de crisis, personalmente
agravado por el tránsito de la vida y de la escuela de la quieta y católica
provincia, a la Capital y al mundo intelectual, en la anarquía de una coyuntura
en la que ocurrió el derrumbe del positivismo, del intelectualismo, del
cientificismo, tan definitivamente establecidos en apariencia, y parecía
deslizarse sin freno al materialismo y a la barbarie. Don Antonio fue, así, el
maestro que abrió horizontes y abrió caminos, y centró inquietudes y volvió
concurrentes, y permitió darle sentido a los más diversos movimientos
espirituales de aquel momento de hervor”.
De sus maestros en la Escuela de Jurisprudencia, Gómez Morín recordaba a
Francisco P herraste, Daniel Quiroz, Fernando Lizardi, Manuel Macías, Manuel
Mateos Alarcón, Victoriano Pimentel, Julio García, Fernando González Roa, Luis
Lagos Peniche, Alejandro Quijano, Jenaro Fernández McGregor. También mencionaba
al doctor Alfonso Pruneda, “con quien trabajamos en la Universidad Popular y en
el Consejo Universitario”.
No sólo en actividades culturales, sino en todos los aspectos de la vida
universitaria, participaron los Siete Sabios. Combatieron el estrecho
profesionalismo de los planes de estudio y de los sistemas de enseñanza en la
universidad, reclamaron su autonomía y trataron de acabar con el
anquilosamiento de las Sociedades de Alumnos. Es fama que cuando Gómez Morin
fue electo presidente de la Sociedad de Alumnos de la Facultad, Lombardo
Toledano actuó como jefe de propaganda de su campaña. En octubre de 1917
dirigieron un escrito a la Cámara de Diputados pidiendo que se acordara la
autonomía de la Universidad, en apoyo del memorial que habían presentado
profesores y alumnos para que fuera rechazada la decisión del Senado que
incorporó el Departamento Universitario al Ministerio de Gobernación.
En septiembre de 1918 se celebró el octavo aniversario de la segunda
fundación de la Universidad, obra de Justo Sierra en las postimerías del
porfirismo. Hubo varias ceremonias, una de ellas en el anfiteatro de la
Preparatoria. Hablaron el rector, Don José Natividad Macías y el estudiante de
la facultad de jurisprudencia, Manuel Gómez Morin. “Una política universitaria
- dijo - sana y liberal vendrá a ser, mejor que todos los preceptos
legislativos, la base sólida de una provechosa reforma. Porque no es
escribiendo leyes en el papel, sino grabándolos en el bronce de la conciencia
nacional, como se enaltece y se hace libre a un pueblo”.
“Generación de 1915” llamó Gómez Morin a sus contemporáneos, que en el
vértigo de la Revolución, aislados del resto del mundo por la lucha civil en
México y por la Primera Guerra Mundial, tuvieron que buscar en ellos mismos “un
medio de satisfacer nuestras necesidades de cuerpo y alma”, y así descubrieron
que existía México “como país con capacidades, con aspiración, con vida, con
problemas propios”. Sobre esta Generación, sobre “el malestrom político e
intelectual, la grave corrupción moral” que le tocó vivir en los primeros años,
sobre su tarea en la construcción del México nuevo, Gómez Morin escribió en 1926
un ensayo titulado 1915, en el que propone la lucha contra el
dolor humano como “propósito provisional para orientar la acción…, como campo
común de trabajo y discusión… Y no el dolor que viene de Dios, no el dolor que
viene de una fuente inevitable, sino el dolor que unos hombres causamos a otros
hombres, el dolor que originan nuestra voluntad o nuestra ineficacia para hacer
una nueva y mejor organización de las cosas humanas”.
El curso de la Revolución, el conflicto armado y la contienda política
afectaban la vida universitaria. Los estudios eran interrumpidos por días de
desasosiego, de balaceras y batallas. En 1917, después de asistir a las últimas
sesiones del Congreso Constituyente de Querétaro, gracias a Don José Natividad
Macías y a Don Fernando Lizardi el grupo de estudiantes participó en un ensayo
de lucha electoral, con la postulación para diputado de Don Manuel Herrera y
Lasso, “sin más recursos, ni padrinos, ni organización que el brillante
candidato y un puñado de amigos”, quienes hicieron la extraordinaria campaña y
se enfrentaron al fraude electoral, el primero de la nueva etapa
constitucional.
El desorden que reinaba frecuentemente en la Capital agravaba la
estrecha situación económica de los que venían de provincia. Para fortalecer un
poco los pobres recursos económicos de su casa, Gómez Morin comenzó a corregir
pruebas en El Demócrata, de RIp-Rip, por el año de 1915; después, con Vázquez
del Mercado hizo los “viernes universitarios” en El Universal, que acababa de
fundar Félix F. Palaviccini, y más tarde, en El Heraldo de México, también
apenas fundado por el general Alvarado, escribió en la plana editorial al lado
de González Martínez, Lombardo Toledano, Martín Luis Guzmán y Ricardo Arenales.
En 1921 figuró destacadamente en el Congreso Internacional Estudiantil
que presidió Daniel Cosío Villegas y en el que participaron en forma activa
Miguel Palacios Macedo y Octavio Medellín Ostos, de la Federación Mexicana; Vehils
y Orfila, de Argentina; Raúl Porras Barrenchea, que llegó a ser secretario de
Relaciones del Perú.
El 12 de enero de 1924 Gómez Morin contrajo matrimonio en la iglesia del
Sagrado Corazón, de la Capital, con, lidia Torres Fuentes, a quien había conocido
desde su infancia en la ciudad de León. EL matrimonio tuvo cuatro hijos: Juan
Manuel, Gabriela, Mauricio y Margarita, casados respectivamente con Casilda
Martínez del Río, Juan Landerreche Obregón, Elena Fuentes Ogarrio y Luis
Romero.
ABOGADO.
“Doblando” algún curso, Gómez Morin hizo en cuatro años los cinco de la
carrera, y fue el primero de los Siete Sabios que se recibió, el 18 de enero de
1919, con la tesis La Escuela Liberal.
Empezó A practicar su profesión, dos años antes de obtener el título, en
el despacho del licenciado Miguel Alessio Robles, en el edificio del Banco de
Londres y México, donde poco después - y hasta su muerte - tuvo él su propio
bufete. Con excepción de dos o tres años de trabajo en la Secretaría de
Hacienda, muy en los principios de su carrera, vivió siempre del ejercicio de
la abogacía. Por 1927 o 1928 fue consejero de la embajada rusa en diversos
asuntos legales, actividad que algunos han querido ver como indicio de ligas o
tendencias comunistas. En un tiempo tuvo estrecha relación profesional con
Vázquez del Mercado, también inquilino del edificio del Banco. Como pasantes o
como abogados estuvieron en su despacho los licenciados: Godofredo Beltrán,
Mariano Azuela Jr., Carlos Ramírez Zetina, Roberto Ordoñez Coss y, en los
últimos años, su hijo y un joven abogado de Parral, René Tercero Gallardo.
Aunque sin especializarse, Don Manuel se dedicó, sobre todo, a la
consulta y a la organización de empresas de todo tipo, de crédito y de seguros,
industriales y comerciales, creando la estructura legal y financiera y actuando
como consejero o consultor legal de muchas instituciones de gran importancia en
la vida económica del país.
LA UNIVERSIDAD.
Gómez Morin comenzó a dar clases cuando aún estudiaba en la
preparatoria. El doctor Pruneda lo invitó a colaborar como profesor en la
Universidad Popular Mexicana, que habían fundado miembros del Ateneo. De 1917 a
1918 fue profesor de los cursos libres preparatorianos en la Universidad
Nacional. Más o menos en los mismos años dio clases de Historia en la Escuela
Nacional Preparatoria y fue profesor de Teoría General del Derecho en la
Facultad. Ya recibido, continuó dando clases como profesor titular de Derecho
Público (1919-1934); impartió varios cursos de Derecho Constitucional, fue profesor
libre de Economía. También dio los cursos de Moneda y Crédito y de Organización
de Empresas al fundarse, en el Banco de México, la Escuela Bancaria y
Comercial.
En 1918 ocupó la Secretaría de la Escuela de Jurisprudencia, siendo
director don Alejandro Quijano, y en 1923 Vasconcelos lo nombró director de
dicha escuela. En distintos períodos fue miembro de la Academia de Profesores y
Alumnos de la Facultad y miembro del Consejo Universitario.
En octubre de 1933, después de la huelga provocada por el anuncio de que
la Universidad Nacional adoptaría una orientación marxista en sus
investigaciones y enseñanzas, después de que salieron de la universidad los dos
principales patrocinadores de esa supuesta reforma: Lombardo Toledano, director
de la Preparatoria, y el rector Roberto Medellín, después de que se obtuvo la
plena autonomía (conseguida particularmente en 1929) y de que se reafirmó el
principio de libertad de cátedra, la Asamblea Constituyente de la Universidad,
presidida por el maestro Caso, eligió rector interino a Gómez Morin y, días
después, el nuevo Consejo Universitario lo eligió en definitiva para ese cargo.
Contra quienes han afirmado que el movimiento de 1933 tuvo carácter
político, “conservador y reaccionario”, o de alguna otra manera exclusivista,
baste mencionar a algunos de los universitarios, de las más distintas
tendencias, que continuaron en la dirección de las diversas escuelas
impartiendo sus cátedras o colaborando con la rectoría en varias tareas:
maestro Antonio Caso, doctor Pablo Martínez del Río, licenciado Roberto Cossío
y Cosío, doctor Ignacio Chávez, licenciado Enrique González Aparicio, doctor
Pablo González Casanova Sr., maestro Ezequiel A. Chávez, licenciado Salvador
Azuela, ingeniero Rafael Illescas Ramos, licenciado Miguel Palacios Macedo,
arquitecto José Villagrán García, licenciado Mario de la Cueva, doctor Alfonso
Caso, licenciado Oscar Morineau, licenciado Ricardo J Zevada, profesor Isaac
Ochotorena, licenciado Andrés Serra Rojas, doctor Fernando Ocaranza, licenciado
Trinidad García, doctor Enrique O. Aragón, licenciado Antonio Carrillo Flores,
CP Roberto Casas Alatriste.
El doctor Francisco Larroyo ha escrito que el rector Gómez Morin
“concibe y pone en práctica uno de los mejores Estatutos que han normado el
ejercicio de la docencia y la investigación en la Universidad”. Con el lema
“Austeridad y Trabajo”, Gómez Morin se empeño en rescatar a la universidad de
influencias extrañas a ella y en salvarla del sitio “por hambre” con que se
trató de rendirla el Estado, al señalarle como único patrimonio un fondo de
diez millones de pesos, que la universidad recibió sólo virtualmente y que
producían alrededor de 750mil pesos anuales. Gómez Morin consiguió del
secretario de Hacienda, ingeniero Marte R Gómez, una emisión de timbres
postales “pro-Universidad”. Según Luis Calderón Vega, esa emisión no fue un
gesto gratuito, pues en la Tesorería de la Nación existía un cheque a favor de
Gómez Morin en pago de honorarios por su participación en la redacción de
diversas leyes, cheque extendido por el gobierno de Calles, que Gómez Morin
devolvió sin siquiera verlo.
La Universidad subsistió gracias a la generosidad de profesores y
empleados que renunciaron a sus sueldos o aceptaron importantes reducciones (el
rector fijó su propia remuneración en 300 o 400 pesos mensuales, “percibidos
con un ciento por ciento de descuento”), así como de los alumnos y del país
entero, que secundaron el esfuerzo de los universitarios para formar un
patrimonio que pudiera asegurar la autonomía. A este propósito, el licenciado
Miguel Estrada Iturbide ha dicho que, en 1933 y frente a la disyuntiva entre el
subsidio y la libertad, la universidad optó por la libertad “porque en aquella
hora, por los labios del joven rector, si habló el espíritu”.
En el debate Caso-Lombardo, previo a la huelga de 1933, en el que
participaron González Casanova y Gonzáles Aparicio defendiendo la libertad de
cátedra, no obstante ser ambos de reconocida filiación de izquierda, también
tomó parte Gómez Morin, quien escribió en EL Universal:
“Nunca se ha necesitado que la Universidad adopte exclusivamente una
teoría revolucionaria, para que los profesores que honestamente han hallado en
su investigación o en su estudio la necesidad de enseñar verdades nuevas que
revolucionen los principios tradicionales se esfuercen por explicar estas
nuevas verdades a sus alumnos.
“Todos estamos de acuerdo en que la universidad sirva para hacer
hombres, no solo profesionales; que sirva para preparar un mundo mejor, pero no
en cualquier forma, no organizando batallas, que eso es función del ejército;
ni haciendo dotación de tierras, que eso es función de las comisiones agrarias,
ni obligando a las gentes a vacunarse contra el tifo, que eso es función de
salubridad; ni pronunciando sentencias, que eso corresponde a los tribunales;
ni percibiendo impuestos para hacer o sostener escuelas, que eso es función de
Hacienda; ni construyendo puertos, ni haciendo tractores, ni levantando
cosechas, ni perforando pozos petroleros , ni resolviendo conflictos de
trabajo, ni creando el Seguro Social, que todo ello corresponde a otras
instituciones encargadas de servir a la comunidad en esa forma, exactamente
como la Universidad está encargada de servir al país organizando, transmitiendo
y ampliando los conocimientos que forman, como dice el licenciado Lombardo, una
cultura.
“Tal es el deber primario, típico, específico, que socialmente incumbe a
la universidad…
Tampoco puede, pues, fundarse la pretendida reforma universitaria
(marxista) en la obligación general que la Universidad compete de procurar un
mundo mejor. La Universidad cumplirá con esa misión si cumple bien con la otra
que le es específica. Y lo peor que viene a ser que pretendida reforma resulta
no ya fundada, pero ni siquiera compatible con la obligación social peculiar
que pertenece a la Universidad, pues si la reforma consiste en hacer que la
enseñanza y la investigación universitarias se limiten al punto de vista
marxista, por ejemplo, o si, como parece ser en el fondo la verdadera tendencia
de esta reforma, pretende que la Universidad se convierta en un centro vivo de
agitación política, quedarán abandonadas irremisiblemente la investigación y la
enseñanza de todas las demás cosas que existen en el mundo de la cultura antes,
después, por encima y por debajo de Marx y del marxsimo.
“…El mundo no empezó a vivir el día en que se publicó El Capital, ni
acabará cuando “la aurora roja de la dictadura del proletariado ilumine toda la
tierra”. Eso puede decirlo, con riesgo de cárcel, un propagandista práctico en
un mitin y hasta un profesor, sin gran riesgo, en su cátedra; pero la
Universidad, una universidad, no puede cerrar así todas sus ventanas, las que
dan a otros rumbos de la tierra y las que dan al cielo, para dejar no más
abierta la ancha brecha - no ya ventana - que en la estructura universitaria
quiera hacer la ayuda oficial, para ver solamente la tesis marxista y
convertirse en instrumento no del propagandista sincero que está en la cárcel,
generalmente, sino de un comunismo de presupuesto bien conocido.
“Hay, si, pendiente de realizarse, una reforma universitaria de la que
no se quiere hablar… que consiste en hacer una verdadera Universidad; en
hacerla por arriba, abriéndole libremente todos los caminos del espíritu; en
hacerla prácticamente, dotándola de laboratorios, de institutos de
investigación, de seminarios, de profesores competentes y cumplidos, de alumnos
que, conscientes de su misión humana general de crear un mundo mejor, quieran
lograrlo viviendo honestamente y sacrificándose por su convicción, si es
preciso; pero, desde luego, aprendiendo bien un oficio, investigando
agotadoramente una verdad, buscando en la historia, en las ciencias y en la
inspiración un programa para enmendar o destruir los males físicos y los abusos
sociales que existen ahora, y los que vendrán a existir más tarde cuando los
universitarios actuales y sus disputas, marxistas o no, sean cosa de museo”.
En la Rectoría publicó Gómez Morin dos opúsculos sobre la Universidad:
“La existencia de la Universidad no es un lujo, sino una necesidad primordial
para la República. El trabajo de los universitarios no es sólo un derecho, sino
una responsabilidad social bien grave… El trabajo universitario no puede ser
concebido como un coro mecánico del pensamiento político dominante en cada
momento. No tendrá siquiera valor político, si así fuera planteado. Ha de ser
objetivo, autónomo, como todo trabajo científico; ha de ser racional, libre,
como todo pensamiento filosófico. Y en cuanto debe incluir la preparación ética
de los jóvenes, ha de ser levantado y responsable, no apegado servilmente a los
hechos del momento ni a la voluntad política triunfante.
“La universidad ennoblecida por la libertad y responsable, para ella, de
su misión; no atada y sumisa a una tesis o a un partido, sino manteniendo
siempre abiertos los caminos del descubrimiento y viva la actitud de auténtico
trabajo y de crítica veraz; no sujeta al elogio del presente, sino empeñado en
formar el porvenir, dará a la República, cualquiera que sea el estado de la
organización social y política, la seguridad permanente de mejoramiento y
renovación”.
Al finalizar el año 1934, después de que renunció a la Rectoría, la
universidad confirió a Gómez Morin el grado Doctor Honoris Causa, y en
1935 la Academia Mexicana de Jurisprudencia le otorgó el “Premio Peña y Peña”
por “la meritísima y trascendental labor desempeñada… como rector de la
Universidad de México, para reorganizarla, imponiendo en profesores y alumnos
el sentimiento de responsabilidad que permitiera lograr el fin propio de la
institución; para dotarla de medios apropiados que aseguran su existencia y
para conservarle su autonomía e independencia de investigación científica, en
momentos, todo ello, tan adversos a la vida social mexicana; labor ejecutada
con desinterés, generosidad y abnegación ejemplares, con denuedo y elevada
visión…” Propusieron el otorgamiento del premio - que era la primera vez que se
daba -, los Académicos de Numero: licenciados Pedro Lascuráin, Carlos F Uribe y
Fernando Noriega, y los licenciados Salvador I Reynoso y José Romero formaron
el expediente y expresaron su opinión favorable señalando, entre otros
aspectos, que el “rector Gómez Morin creó una estructura abierta a la crítica,
a la iniciativa y a la renovación, sobre la base democrática de la ley, con
extraordinaria sencillez, estableciendo organismos colectivos de decisión y
organismos individuales de ejecución, derivados todos de un acto de voluntad de
la comunidad universitaria, en un sistema de cooperación de los órganos de la
Universidad”. En la velada que celebró la Academia para entregar el premio, el
licenciado Nemesio García Naranjo pronunció el discurso oficial, que concluyó
diciendo: “Por esta benemérita labor, el licenciado Gómez Morin merece no tan
sólo el Premio Peña y Peña, sino también el título glorioso de Abogado de la
Cultura Nacional”.
En 1945 Gómez Morin fue miembro de la Junta de Gobierno de la
Universidad, integrando el grupo llamado de los Seis Rectores.
TRABAJO HACENDARIO.
En el año 1920 el general Salvador Alvarado fue llamado a la Secretaría
de Hacienda por el presidente Adolfo de la Huerta y nombró secretario
particular a Gómez Morin fue designado oficial mayor y, poco después,
subsecretario encargado del Despacho. En esa época, los años 1920 y 1921, Gómez
Morin trabajó junto con Miguel Palacios Macedo en la redacción de la Ley de
Liquidación de los antiguos Bancos de Emisión. Intervino, además, en la reforma
de la Ley de Instituciones de Crédito de 1897, en la creación del Departamento
Técnico Fiscal y del primer sistema de Impuesto Sobre Producción y Venta de
Petróleo, así como en el primer intento para establecer el Impuesto Sobre la
Renta.
A los 24 años, en 1921, fue nombrado agente financiero de México en
Nueva Cork, y al regresar a México volvió a sus clases en la Universidad y al
ejercicio profesional en su despacho. “Ese fue todo mi trabajo como empleado
público. Después trabajé en la universidad, lo que no era ni debe ser trabajo
político; en el Consejo del Banco de México, de 1925 a 1929, que tampoco era ni
debe ser puesto político, y seguí trabajando en Hacienda, pero sin puesto
público y sin remuneración, como consejero simplemente”.
En 1925 el secretario de Hacienda, ingeniero Alberto J. Pani, designó
una comisión integrada por Gómez Morin (ponente), Fernando de la Fuente y Elías
de Lima, para que formulara la Ley Constitutiva del Banco Único de Emisión
(banco de México) y los Estatutos respectivos. Aprobada dicha ley en agosto de
ese año, Gómez Morin fue uno de los otorgantes de la Escritura Constitutiva del
Banco.
En el mismo año de 1925 fue organizador de la Primera Convención
Nacional Fiscal, junto con el licenciado de la Fuente y con el brillante grupo
de jóvenes del Departamento Técnico Fiscal de la Secretaría de Hacienda, entre
otros; Ignacio Navarro, José Vázquez Santaella y Ricardo Olivares. EN ese
departamento, del que era jefe el licenciado Daniel R. Aguilar, después se distinguieron
también los licenciados Ramón Beteta y Eduardo Bustamante. La primera
Convención Fiscal se ocupó de la distribución de competencias en materia de
impuestos entre municipios, estados y federación, así como de determinar un
plan nacional de arbitrios para unificar el sistema fiscal de la República.
Gómez Morin fue miembro ponente de la Comisión Redactora de la Ley de
Crédito Agrícola y de la ley del Banco Nacional de Crédito Agrícola (1926), de
la Comisión Organizadora del Banco Nacional Hipotecario Urbano y de Obras
Públicas 1926-1927), ahora Banco Nacional de Obras y Servicios Públicos
(BANOBRAS), y de la Asociación Nacional Hipotecaria (1927-1928). De 1921 a 1936
fue miembro ponente de las Comisiones Redactoras de diversas leyes monetarias y
de instituciones de crédito, y miembro o colaborador de la primera Comisión de
Estudio del Seguro Social (1924-1926), de las Comisiones Redactoras de la Ley
de Títulos y Operaciones de Crédito(1932), de la Ley de Instituciones de
Seguros(1932), de la Ley Orgánica del Artículo 28 Constitucional en Materia de
Monopolios, de la Ley Orgánica del Artículo 27 en Materia de Petróleo y de la
Comisión de Estudios Monetarios para la Conferencia Monetaria Internacional de
1933. También colaboró en estudios sobre reformas al Código de Comercio y a las
Leyes de las Cámaras Nacionales de Comercio, de la Comisión Nacional de
Irrigación y de la Comisión Nacional de Caminos, así como sobre la creación de
una entidad financiera nacional.
El constituirse el Banco de México, Gómez Morin fue designado presidente
de su Consejo de Administración, cargo que desempeño hasta 1929. En 1927 y
principios de 1928, bastante delicado de salud, hizo un largo viaje a Europa,
con su madre, esposa, y Juan Manuel y Gabriela, los dos hijos que entonces
tenía el matrimonio. Con motivo del Año Nuevo, el Consejo de Administración del
Banco de México le envió una carta de felicitación, haciéndole presente el
“profundo agradecimiento y la alta estima que por usted siente cada uno de los
consejeros, funcionarios y demás colaboradores que forman la institución.
Lamentamos que durante la mayor parte del año que termina, el Banco haya estado
privado de la acertada dirección que usted y de sus consejos; le ha hecho
falta, para la resolución de sus problemas y para la buena marcha del mismo, la
clara visión y talento que generosamente ha puesto usted a su servicio.
Deseamos que su permanencia en Europa le procure el completo restablecimiento
de su salud, de manera que a su regreso al país, donde sus servicios son tan
útiles, venga usted a laborar nuevamente con mayores energías y con el
entusiasmo que siempre pone en todas las cosas que significan un ideal, o que
puedan procurar beneficio para la República”.
Durante ese viaje, publicó en Madrid El Crédito Agrícola en México,
libro de divulgación de ideas que animan la Ley de Crédito Agrícola de 1926, y
al regresar de Europa pronunció una conferencia en el Instituto
Hispano-Mexicano de Intercambio Universitario, que fue publicada con el título
de España Fiel.
En 1926-1927, aproximadamente, fue delegado de México a la Liga de las
Naciones y en 1928 delegado del Comité Fiscal de esa Sociedad en México.
En los últimos meses de 1937 estuvo en Quito, Ecuador, invitado por el
gobierno de ese país, y con autorización del Congreso de la Unión fue ponente
de la Comisión Revisora del Banco Central del Ecuador y de las Leyes de Crédito
y Moneda. Por sus trabajos fue condecorado con la “Orden del Mérito del
Ecuador” y no acepto otra recompensa.
El 29 de febrero de 1953, en la página editorial de Excélsior apareció
un artículo del ingeniero Alberto J. Pani, rectificando la serie de artículos
de Joaquín Piña, que publicó el mismo periódico bajo el título “Cartas de
muertos a vivos”, en la que se hacía decir al general Calles que Gómez Morin
“había colaborado con mi gobierno para crear el Banco de México. Y, sin
embargo, no sabía, desde antes de llamarlo a mi lado, que era un fervoroso
creyente. AL mismo tiempo que cobraba varios sueldos del gobierno
revolucionario, ocultamente contribuía a la construcción de un templo de su
credo. Escondía su credo para cobrar sueldos. Otros, como él, recibían el
beneficio de figurar en las nominas oficiales y, al mismo tiempo, en sus
cenáculos, nos vilipendiaban. Era sólo la codicia del dinero lo que los movía a
simular interés en servir a la Revolución. Carecían de firmeza. No eran valores
reales”.
EN su contestación dijo el ingeniero Pani: “el artículo del señor Piña,
además de ser un fárrago de mentiras, en cuanto al licenciado Gómez Morin se
refiere - exceptuando la aseveración de que profesaba la fe católica, cosa que
a nadie podía interesar y que nada tenía que ver con su valiosa cooperación en
la Secretaría de Hacienda y Crédito Público - resultó denigrante no sólo para
dicho respetable profesional, sino también para el general Calles, que no era
mentiroso ni capaz de expresiones como las que pone en su boca el seño Piña
para hablar de una persona que trabajaba tan desinteresada, leal y eficazmente
para el bien del país y de su gobierno. Nunca fue llamado el licenciado Gómez
Morin por el general Calles. En uso de la ilimitada confianza y la plena
libertad con que siempre me favoreció dicho general pude escoger yo mismo y
designar a mis colaboradores. No sólo cooperó el licenciado Gómez Morin en el
estudio de la Ley Constitutiva, la Escritura Social y los Estatutos relativos
al Banco de México, sino también en los relativos del Banco de Crédito
Agrícola, S.A., en el de la Ley Monetaria del 9 de marzo de 1932 - que curó al
país de la grave deflación en que culminó la gestión hacendaria anterior -, en
el de la reforma y reorganización del Banco primeramente citado, en el de la
Ley General de Instituciones de Crédito, en el de la Ley de Operaciones y
Títulos de Crédito, en el de la creación del Banco Nacional Hipotecario Urbano
y de Obras Públicas y en la organización de las Convenciones Fiscales. Tan no
era sólo el lucro por lo que servía, que esa ardua tarea - que requirió un
constante trabajo diario y estudios nocturnos en largas temporadas - la realizó
gratuitamente y, por lo tanto, su nombre no pudo haber figurado en las nóminas
de la Secretaría. Después fue presidente del Consejo de Administración del
Banco de México, S.A., y siempre se negó a recibir los emolumentos de su cargo.
Jamás ocultó ni ostentó su credo religioso, ni - estoy seguro - concurrió a
reuniones en que se vilipendiaba a los revolucionarios”. Cita el ingeniero Pani
un artículo del licenciado De la Fuente: “El Banco de México, don Elías de Lima
y Manuel Gómez Morin”, en el que afirma que esas dos personas son “no solamente
capaces de dar lustre a una Secretaría, sino a todo el régimen gubernamental”;
de Gómez Morin, opina que “tiene un talento excepcional con destellos, a veces,
de genialidad, sustentándose sobre patriotismo, capacidad de trabajo y
desinterés ejemplares”. El ingeniero Pani termina su artículo: “No quiero poner
punto final a esta rectificación sin congratularme de que ella me haya dado la
oportunidad de renovar mi agradecimiento al licenciado Gómez Morin por sus
eminentes servicios en la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, de difundir
nuevamente sus méritos…”
POLÍTICA.
Después de la experiencia con Herrera y Lasso la participación de Gómez
Morin en la vida pública fue directa, pero abierta, no en cenáculos para
vilipendiar a los revolucionarios”, sino a través de “una honesta crítica
pública, de solidez doctrinaria, de valentía cívica y de metódico talento, de
leal censura dirigida en contra de la situación general y no a los hombres”,
para usar las palabras de Juan Bustillo Oro en los artículos sobre Vasconcelos
que publicó Novedades en los últimos meses de 1971.
Gómez Morin había conocida a José Vasconcelos en sus años de estudiante,
muy de lejos, gracias a Vázquez del Mercado. Las relaciones entre ambos se
estrecharon cuando Vasconcelos desempeñó los cargos de rector de la Universidad
y de la Secretaría de Educación. “La honrosa salida de Vasconcelos de su
Ministerio - sigue diciendo Bustillo Oro -. La desvergüenza con la que fue
escamoteado el triunfo de su candidatura de gobernador de Oaxaca, a lo que
siguió su voluntario destierro para combatir con sus escritos, desde el
extranjero, a la tiranía, iluminó en oblicuidad, pero intensivamente, a Don
Manuel, quien había estado tan cerca de Don José durante la hermosa labor
educativa sostenida por éste… Durante los años de 1924 a 1928 se consolidó el
buen nombre de abogado y de enteradísimo financiero de Don Manuel… Algunos de
los antiguos discípulos… lo visitábamos en su despacho, de vez en cuando. Otros,
como Ponciano Guerrero, Godofredo Beltrán, Mariano Azuela, eran allí pasantes
primero y luego abogados colaboradores. Llegaban también a estas esporádicas e
informales reuniones, una que otra vez: Octavio Medellín Ostos, Ángel Carvajal,
Raúl Paus Ortiz y Salvador Azuela… “, con lo que “se prolongaba la estimadísima
cátedra de Don Manuel Gómez Morin, y quedaban constantemente fuera de rescoldo
las brasas de su interés por la salvación ética de México y se iba formando en
ese rincón de la esquina de 16 de Septiembre y la calle de Bolívar, en cierta
manera presidida por la autorizada persona de Manuel Gómez Morin, un espontáneo
partido vasconcelista que pronto habría de poner en gran movedora a las
conciencias de México”.
Gómez Morin ocupó un puesto de primera fila en la campaña de vasconcelos
por la presidencia de la República, en 1929, junto con otros dos de los Siete
Sabios: Vázquez del Mercado y Olea y Leyva. Campaña admirable, en la que la
figura excepcional de Vasconcelos conmovió momentáneamente a la nación, porque
él no quiso pensar en una organización política permanente. Durante la gira
electoral, “haciendo discursos y recibiendo pedradas”, Vasconcelos acabó de
escribir su Tratado de Metafísica y Gómez Morin se encargó de corregir las
pruebas y de editar el libro. Pasadas las elecciones y proclamado el triunfo
del candidato oficial, ingeniero Pascual Ortiz Rubio, Gómez Morin, como otros
que participaron en el movimiento, tuvo que salir del país por algunos meses.
Desde la época del vasconcelismo, Gómez Morin revivió una antigua idea:
los males de México deben ser atacados a fondo, haciendo un llamado a los
ciudadanos para que participen en forma permanente y organizada en la vida
pública.
Cuando llegó a la madurez la generación de estudiantes que había dado la
pelea en la Universidad por la autonomía y la libertad de cátedra, y cuando
México pasaba por una época agudamente crítica de desconcierto y
desorganización, los antiguos alumnos quisieron volver a la lucha por el bien
de México y buscaron a Gómez Morin, quizás sin más propósito definido - dice
Calderón Vega - que el “de revivir con él, como candidato presidencial, los
viejos laureles del vasconcelismo”. Gómez Morin replanteó la necesidad no tanto
de una “cruzada cívica”, sino de un organismo político, y desde fines de 1938
hasta el segundo semestre del año siguiente, en los comienzos de la campaña
almazanista, trabajó con la mayor intensidad, auxiliado por un grupo selecto,
en la constitución de un partido permanente.
Así nació Acción Nacional. La Asamblea Constitutiva que aprobó las
Estatutos, los Principios de Doctrina y el Programa Mínimo de Acción Política
del partido, se celebró los días 14, 15, 16 y 17 de septiembre de 1939.
Acción Nacional “no es - dijo el maestro Efraín González Luna - el
primer intento respetable de acción política de nuestro país, pero sí el único
que con propósito y constitución específicamente políticas, con amplitud
receptiva verdaderamente nacional, ha podido afirmarse orgánicamente desde el
primer momento y establecer cuadros permanentes y activos en toda la República
alrededor de un sistema doctrinal y programático que, conjugando los principios
universales en que se formula la naturaleza del hombre personal y social don
los datos propios de la comunidad mexicana, da respuesta y abre caminos a todos
su requerimientos y reivindicaciones legítimos… En el origen de ésta, como de
cualquier otra empresa trascendental, está la vocación y el esfuerzo de un hombre.
Manuel Gómez Morin escuchó la Voz, vio el camino, se entregó total e
irrevocablemente a la empresa, reclutó el equipo inicial, rigió la estructura
doctrinal, movió las almas tras el ideal resucitado recién nacido; dio vida y
dirección a Acción Nacional durante poco más de un decenio, instauró métodos y
estilos, definió objetivos, fue jefe y recluta, maestro y aprendiz,
propagandista y periodista, candidato y tribuno; ejemplo, estímulo, animador
infatigable, amigo generoso y fiel camarada…”
Gómez Morin, presidente del Comité Organizador del partido y de su
Comisión Permanente, fue electo presidente del Comité Ejecutivo Nacional en
diciembre de 1939, cargo que ocupó hasta 1949, valiosamente auxiliado en la
Secretaría General por el licenciado Roberto Cossío y Cossío.
Los informes del jefe de Acción Nacional, 12 en total, el primero
fechado el 14 de septiembre de 1939 y el último el 16 de septiembre de 1949,
han sido reunidos en el libro Diez Años de México.
Después de dejar la jefatura nacional, Gómez Morin continuó
estrechamente vinculado al partido como miembro del Comité Ejecutivo Nacional
por muchos años, y del Consejo Nacional, hasta su muerte. Siguió participando
activamente en las Asambleas y Convenciones Nacionales, en las reuniones del
Consejo y en las campañas federales. Asistió a numerosas reuniones en los
estados y tomó parte en campañas locales, señaladamente en Chihuahua; dio
cursos, pronunció conferencias y discursos; mantuvo siempre relaciones
personales con muchos miembros del partido en toda la República; aportó
recursos económicos, con gran frecuencia los suyos propios; colaboró con las
Comisiones de Estudios y formuló proyectos de iniciativas de ley, que luego han
presentado en la Cámara los diputados del PAN; escribió en periódicos y
revistas, especialmente en la del partido, La Nación, que por años contó con
artículos semanales firmados con su nombre o con el de Manuel Castillo.
En 1946 fue postulado candidato a diputado federal por su distrito
natal, el de Parral, Chihuahua. Defendió brillantemente su caso en el Colegio
Electoral, siendo notable el hecho de que el principal ataque del partido del
gobierno no se refirió a los resultados de la elección, sino que se concentró
en una curiosa impugnación de la nacionalidad mexicana del candidato, basada en
endebles consideraciones legales - que Gómez Morin desbarató en su defensa - y
en el simulado olvido de su actuación en el terreno político, en la
Universidad, en Hacienda, en el Banco de México. Para no reconocer su triunfo,
el gobierno anuló las elecciones en el distrito.
En 1958 nuevamente fue postulado candidato, esta vez por su lugar de
residencia, el entonces XVIII distrito del Distrito Federal, que comprendió la
zona de San Ángel. EL partido del gobierno ya tenía candidato por ese distrito,
pero cuando apareció el nombre de Gómez Morin lo cambió por Antonio Castro
Leal. EN esa ocasión Acción Nacional se retiró del proceso electoral en todo el
país, como protesta por las graves irregularidades en las elecciones.
No obstante su bien definida actitud política de oposición, varios
presidentes de la República lo solicitaron, extraoficialmente, opiniones y
estudios sobre cuestiones monetarias, fiscales y hacendarias, sobre diversos
temas económicos, sobre el campo, sobre problemas políticos. Sin regateos, sin
reconocimiento público y, naturalmente, sin remuneración, entregó el Ejecutivo
las memorias y los trabajos que se le pidieron.
Además de la participación en el campo, estrictamente político, actuó en
otros ámbitos cívicos y sociales promoviendo la formación de organismos y la
prestación de servicios, o auxiliándolos con aportaciones económicas o de
trabajo personal realizando estudios específicos, o como conferencista,
consejero o abogado.
LOS ÚLTIMOS AÑOS.
El 18 de enero de 1969 Gómez Morin celebró su Jubileo de Oro Profesional
con una misa oficiada por el Arzobispo Primado de México, don Miguel Darío
Miranda, en la iglesia de San Jacinto, en San Ángel, acompañado de su esposa,
sus hijos, sus 26 nietos y un numeroso grupo de amigos. Con ese motivo
organizaron actos en su honor, tanto Acción Nacional como la Barra Mexicana de
Abogados, esta última con la intervención del licenciado Ernesto Flores Zavala,
director de la Facultad de Derecho.
A mediados de ese año, su salud se vio muy seriamente afectada. Estuvo
presente, pero un pudo participar en la Convención Nacional de Acción Nacional
que postuló candidato a la presidencia de la República a Efraín González
Morfín, ni tampoco en la campaña electoral de 1970, no obstante su especial
afecto por el candidato, con quien lo vinculaba, además, la entrañable y
fructífera amistad con su padre, don Efraín González Luna, desde los días
previos a la fundación del PAN.
La última intervención pública de Gómez Morin fue una entrevista que
publicó Excélsior en primera plana, a ocho columnas, el 9 de enero de
1970. “México necesita - dijo - una revolución real, estructural, que no sea
solamente el cambio de grupos personales. No hablo de lucha armada, porque no
creo en ella. En el fondo de todo, lo imprescindible es un cambio de actitud,
un paso hacia la autenticidad, hacia la sinceridad. Esto implica una profunda
cuestión de orden moral, perdida de vista en medio de una larga, muy larga
simulación”.
En el curso de 1971, por causa de enfermedad, Gómez Morin tuvo que
interrumpir varias veces sus actividades, ya reducidas al mínimo. A mediados de
febrero de 1972 fue con doña Lidia a Laredo, Texas, a la clínica de los
doctores González Cigarroa, que lo habían atendido durante los últimos diez
años. Regresó a la ciudad de México a principios de abril, con un diagnóstico
de suma gravedad. El día 11 de ese mes fue internado en el Hospital de
Enfermedades de la Nutrición, y el día 19, horas después de que el padre
Adalberto González Morfín, S.J., le había dado los últimos sacramentos, a las
2:35 de la madrugada murió rodeado de su esposa y de sus hijos. Fue velado en
su casa en la calle del Árbol, en San Ángel, y enterrado el mismo día en el
Panteón Español.
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